lunes, 13 de agosto de 2007

Cara o Seca

Hacía frío esa noche. Unos pocos dirán que en realidad no era una noche fría, que en realidad era la temperatura que estaba algo baja o que ni se sentía. Pero estarían mintiendo, y para que no queden dudas voy a repetirlo.
Hacía frío esa noche, y en ese cementerio había cuatro personas dispuestas a dar un paso importante, uno de esos pasos que no se dan todos los días.
Caminaban en fila, algunos tiritaban. Otros lo ocultaban, y todos luchaban a su modo contra el frío. O quizás contra la noción de saber que era lo que estaban por hacer.
El primero de la fila llevaba en su mano una linterna. Se sentía un poco superior a los demás, Como ya dije era el primero, pero también era el que guiaba al grupo en el laberinto de lapidas. Disimuladamente jugaba un juego que sus compañeros nunca entenderían, marcaba los ritmos de la caminata. Tenía su propio sistema para hacerlo, basado en la cantidad de letras en cada una de las losas donde apuntaba, y si a simple vista eran muchas, aceleraba, y si eran pocas, disminuía. También se divertía haciendo que sus compañeros de viaje levanten la guardia en vano. Esto era muy fácil, con solo apagar la linterna y agacharse un poco, todo el grupo se ponía en guardia.
El segundo estaba seguro de que le había tocado el peor trabajo de todo el grupo. Cargaba sobre su hombro los instrumentos envueltos en una sabana. Nunca antes había pensado que un par de palas y una ganzúa pesaran tanto. Durante esa caminata deseó mas de una vez pedirle a sus compañeros un cambio, pero siempre se convencía de que si lo pedía después, cuando empezara el verdadero trabajo, perdería un muy importante margen de negociación. Haciendo un poco de equilibrio sostuvo con una sola mano su carga y con la boca se desabrochó la manga de la campera, después se arremangó con los dientes y al fin pudo ver su reloj, entendió que habían pasado unos veinte minutos desde que se bajaron del auto y treparon la pared. -¿veinte nada mas?- se dijo a sí mismo. Es que no lo podía creer. Las herramientas pesaban una tonelada, y con cada paso, su cansancio aumentaba.
Era ya la segunda vez que le pedían que se calle al tercero de la fila. No entendían que con los nervios que sentía, era cuestión de tiempo antes de que vuelva a silbar de nuevo. No lo hacía a propósito, pero mirar los dibujos que formaba su aliento en el frío aire lo distraía de su realidad.
El cuarto fumaba, seguro que su esposa le pediría explicaciones por el olor a cigarrillo en el bigote, pero era eso o decirle la verdad. “Un mal menor para no confesar el mal mayor” le pareció una motivación acertada medio atado atrás ¿y por que abandonarla justo ahora? Faltaba poco, podía olerlo en el ambiente, lo sentía todo su cuerpo que temblaba hacía rato. –Que va a ser por el frío, si apenas se siente- Tiró la colilla en la tierra y la pisó. Recién en ese momento se dio cuenta de lo agotado que estaba. Tener cáncer de pulmón y fumar no suelen ser una buena combinación. Respiraba fuerte, casi jadeaba, estaba seguro que dentro de poco le faltaría el aire. –Vamos che, no me aflojes ahora- pensó –era mejor tener que discutir con Olga sobre el cigarro ¿no?- sonrió un poco, tratando de olvidarse por un momento de todo lo que estaría por hacer.
El tercero volvió a silbar, y el primero aprovechó para apagar la linterna y agacharse.
Mientras todos los otros se agachaban también, aprovechaban para insultar al tercero por ser tan estúpido.
-Si nos llegan a agarrar...- Amenazó susurrando el cuarto. El primero empezó a reírse. Los otros tardaron muy poco en darse cuenta de que era un chiste. Unos segundos después, cuando habían retomado la marcha, el segundo le tocó la oreja con la mano. El primero al sentir ese témpano lanzó un quejido, y todos los otros rieron un poco.
Caminaron en silencio un poco mas, cada uno metido en su mundo. Cada uno tratando de minimizar lo que estaban por hacer. O en el mejor de los casos, tomándolo como un juego.
El primero frenó y los demás lo rodearon. –Bueno muchachos, ya llegamos- dijo.
En cuanto escuchó esto el cuarto se dejó caer en la gramilla. El suelo estaba helado. Y podía sentir como el frío le entraba de a poco por el pantalón. Los otros apenas lo miraron mientras se agarraba la cara. Los tres restantes formaron una ronda. Se miraron las caras un rato esperando a que alguien tome la palabra. Fue el segundo el que habló. –Hay dos palas y somos cuatro- El primero sonreía, y agregó- Supongo que eso quiere decir que hay dos que no van a hacer el poso- El tercero, apurado dijo -Yo no tengo problema con eso- Desenrolló la sabana y agarró una de las palas. –Pará, pará- lo frenó el primero. Con una mano lo agarró del brazo –Acá nadie empieza a hacer nada hasta que no digamos quien va a ser el que haga lo ultimo- y señaló la ganzúa. Sonreía, tenía sadismo en la mirada -Yo no sé si voy a poder- dijo el tercero casi interrumpiéndolo. El primero, disfrutaba de esa tensión. –A mí tampoco me gusta la idea, para nada. Pero ya estamos acá- dijo el segundo, y se refregó las manos para sacarse el frío. El cuarto se sacudió la tierra del pantalón. El segundo agregó -Y ninguno de nosotros va a hecharse atrás ahora...- El tercero ya no temblaba por el frío, y el primero lo sabía. Se limpió el sudor con la manga. El cuarto tosió. –No me animo a ser yo el que lo ten...- Empezó a decir el tercero, pero el segundo lo calló. –Alguien va a tener que abrirlo- El tercero bajó la vista y sabía que sus tres compañeros lo estaban mirando fijo. El cuarto volvió a toser y se aclaró la garganta. Todos lo miraron, menos el primero que miraba de reojo al tercero que aprovechó ese momento para limpiarse las lagrimas. El primero sonreía.
-¿Entonces...?- preguntó el cuarto. Se miraron entre ellos. Nadie se animaba a decir lo que era evidente. Todos tenían sus motivos. Miedo, respeto, placer. El tercero ya se había recompuesto. El segundo lo felicitó por eso. El cuarto volvió a preguntar –¿Entonces quien...?- y sin saber por qué miró al primero. Él le devolvió la mirada, y después los miró a los ojos uno a uno. Tomó aire y dijo –Entonces que la suerte decida... –
Todos trataron de no mirarse. No querían avalar con la mirada lo que habían acordado. Pero nadie se atrevía a desistir. El primero sacó una moneda. El segundo lo miró y dijo –Que asi sea entonces- Los otros no dijeron nada. El cuarto levantó la vista y se preparó para lo peor. El tercero Quedo con la cabeza gacha. Miraba el suelo. No se atravía a sentir el peso de las miradas de sus compañeros. El primero le preguntó ¿cara o seca?

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